viernes, 1 de julio de 2016

EMOCIONES ARTIFICIALES

               
             Pensamiento en Grupo: patrón irracional de pensamiento y comportamiento colectivos que imponen un consenso artificial y reprime la discrepancia.


Cómo influyen en nuestras vidas las creencias y valores

Creencias y Valores

Nuestra personalidad puede ser vista como un holograma, es decir una imagen tridimensional que al recibir distintos rayos de luz, cualquier parte de este holograma reflejará el todo.
Vamos a analizarlo a través de un modelo teórico simple que muestra claramente como cada factor incide en el resto. A partir de este esquema veremos como las conclusiones causa efecto son pobres, limitadas, insuficientes. Somos parte de distintas estructuras y cada modificación se traslada a cada una de ella. Dicen que " el batir de las alas de una mariposa produce cambios que se sienten en el otro lado del mundo ".

Niveles

1- IDENTIDAD: Es el sentido básico de sí mismo, mis valores, mis metas, mi misión en la vida.
2- CONVICCIONES-CREENCIAS: Aquello que pensamos que es verdad, surgen de generalizaciones a partir de la propia experiencia o de la ajena, y funcionan como filtros perceptivos.
3- CAPACIDAD: Son las habilidades que tenemos o creemos tener. También están los NO PUEDO.
4- COMPORTAMIENTO: Las acciones específicas que llevamos a cabo.
5-ENTORNO: Es lo que nos rodea, a lo que reaccionamos y también donde influimos.
Es importante aclarar que el más interno contiene a los restantes por eso un cambio a ese nivel repercutirá en los demás.
Una persona se define por sus códigos, valores y aquello que lo identifica, eso llamamos IDENTIDAD.
Por debajo de este nivel están las CREENCIAS que son poderosos filtros perceptivos que validarán aquello que las confirme. Estas además están determinadas por los VALORES que tiene la persona.
Por fuera de las creencias está el nivel de las HABILIDADES Y COMPETENCIAS, es lo que una persona sabe hacer, pero también está determinada por las creencias. Si alguien cree que puede, probablemente que intente y se capacite, si tiene una creencia limitante producto de un valor de exigencia y perfeccionismo, seguramente no podrá. Vemos en estos casos como es más importante una creencia habilitante que un don. Si la creencia lo permite, la persona se capacitará, y llegará a buen puerto. Sin ella es imposible que esto suceda.
Más externo aún que la competencia, pero como producto de ella está la zona de la CONDUCTA. En esta zona las personas ponen en ejecución sus habilidades, o no.
Hay personas activas que probarán y llevarán a la práctica y otras más pasivas o inhibidas, o teóricas que no lo hacen. Por último está el ENTORNO. acá la persona despliega su acción y deja huella en el mundo.
Hay personas que realizan acciones de corto alcance, solo personales, y otras que gravitan en el entorno, trascendiéndolo.
Cuando una persona tiene alineados todos estos niveles avanza sin problemas. El tema es cuando uno de ellos entra en conflicto.
Veamos algunos ejemplos y cómo los distintos niveles se relacionan y determinan:
Pensemos en un ENTORNO LABORAL.
Donde las personas pueden presentar diferentes COMPORTAMIENTOS.
Por ejemplo:

  • Discriminatorio
  • Integrador
  • Cooperativo
  • Competitivo
Lo que además estará determinado por el tipo de CREENCIAS del individuo:

  • Las personas rinden más cuando compiten.
  • La mejor manera de trabajar es en equipo.
  • Para las mujeres lo principal es la familia, por eso no rinden.
  • Los criados en familias humildes les falta el roce social para ocupar determinados puestos gerenciales.
  • Los que carecen de dinero se esfuerzan más.
  • Hay que saber obedecer y eso te asegura el reconocimiento de los superiores.
  • Si no eres audaz no progresarás.
Y esto estará determinado por los VALORES que aprecie esa persona.
No es lo mismo valorar:

  • El éxito que la singularidad (ser especial, prestigioso, diferente), o el placer (comodidad), o la trascendencia (ser recordado, transmitir lo que sabe), o ser amado, o la diversión (interesante) o la seguridad.
  • Cuando hay congruencia entre los distintos niveles, independientemente del contenido de los valores o creencias, la persona es armónica, pero si no lo hay, comienzan los conflictos y la detención o el síntoma.

Citando aquí a Claudio Naranjo, "Por una política de la consciencia", plantea el sentido de que, ahora, lo que tenemos es una política de la inconsciencia, lo que va más allá de la simple proposición de que la inconsciencia impera el mundo.
Hoy en día, las cosas de las cuales está prohibido hablar no son tanto nuestros deseos sexuales o agresivos. Ahora, más bien, se puede decir que tenemos un inconsciente político. Es como si la política mundial necesitara que fuésemos personas poco conscientes y ejerciese ciertas influencias para que nos mantengamos poco capaces de pensar por nosotros mismos.
Se hablaba de "La Caída" y del pecado antes de que se hablara de la enfermedad; y el inconveniente de la palabra "pecado" en nuestro tiempo es que la connotación del término ha cambiado. Los antiguos entendían por pecado una desviación de la energía psíquica, ligada a un error de perspectiva; pero siglos de autoritarismo eclesiástico punitivo le dieron al término no solo un sentido condenatorio adicional, sino un punto de referencia normativo y moralista que lo hace menos útil que la noción moderna y amplia de perturbación emocional, que a su vez sugiere relación con un estado de desarrollo incompleto o de inmadurez psicológica.
Somos seres que tenemos un estado larval y un estado maduro, que son bastantes diferentes. Solo que no se sabe mucho de esto; no forma parte de nuestra cultura informarnos sobre tal asunto, porque estamos en una cultura en que casi no hay seres maduros. Estamos en una cultura que ha sido mantenida inmadura a través de una especie de plaga emocional, como decía Wilhelm Reich; una plaga emocional que se perpetúa a través de las generaciones, interfiriendo en el crecimiento emocional que pudiera llevar a las personas a expresar plenamente sus potencialidades.

Es una gran teoría de la neurosis aquella formulada por Buda como interpretación del Samsara, que es el nombre que se da en el budismo a la condición ordinaria de la mente- y que literalmente significa "dar vueltas en círculos". Decía Buda que el sufrimiento y el mal proceden de que somos ignorantes. Si bien esta teoría podría a primera vista parecerle a una persona de nuestro tiempo algo anticuado y simplista, ello es porque nosotros los modernos ya hemos olvidado lo que es ser ignorantes, y pensamos que la ignorancia consiste en que le falte a uno información. Los educadores de hoy parecen interesarse solo en la información, en tanto que los antiguos se interesaban más en la sabiduría, y la entendían como la capacidad de ver las cosas como son.
Ver las cosas como son no depende solo de la información o siquiera de la razón, puesto que requiere de nosotros una capacidad de ver las cosas en su conjunto, y también de captarlas en su contexto. Tal facultad de percepción gestáltica, sabemos hoy, es una capacidad integrativa de nuestro hemisferio cerebral derecho, y no puede ser reemplazada por el pensamiento discursivo que procede a través del análisis de los elementos separados.
Nuestro Cerebro analítico(cerebro izquierdo), que encarna nuestra mente de cazador, que se orienta a agarrar y conseguir cosas, culmina en nuestra capacidad científica y tecnológica, que ha inspirado el mito del progreso del mundo moderno. E indudablemente ha habido un inmenso progreso científico y tecnológico en nuestra historia reciente, pero ha sido un progreso problemático por cuanto, al mismo tiempo que progresamos en este sentido algo se ha ido perdiendo, corrompiendo o complicando. Y el hemisferio derecho, que percibe las cosas en conjunto, permite el pensamiento metafórico y sustenta nuestros valores y nuestra capacidad de empatía, se nos ha vuelto prácticamente inaccesible, pues nuestro cerebro izquierdo- tiende a perderse en sus propias conversaciones consigo mismo, volviéndose un cerebro funcionalmente insular: nos encerramos en nuestros pensamientos, y nos volvemos dogmáticos al hacer nuestra una arrogancia de la ciencia: el negar todo el saber intuitivo, comenzando con nuestra percepción de lo obvio.

El humanismo se ha transformado en un enciclopedismo más, de modo que se lee con un interés filológico o académico, o se lee para saber cosas que luego le pueden ostentar como signos de cultura en tiempos en que la cultura ya no es el cultivo de la mente sino un barniz con el cual se brilla. No ha cumplido el humanismo ese propósito original de que fuese una transmisión de humanidad, e incluso las artes hoy en día están desapareciendo de los currículos escolares, pues es grande la preferencia que aquellos que deciden sobre las políticas educacionales le dan a que se prepare a la gente para el pensamiento estratégico que se requiere en la producción y en las empresas comerciales. Ni siquiera los padres protegen el que sus hijos sean educados para ser más humanos; la escuela sirve para conseguir trabajo, los padres en cierto modo sucumben a la tentación de que sus niños le vendan el alma al diablo al ocuparse ante todo de su futuro laboral. Y aprenden, entonces, a pasar exámenes y aprenden a presión, aunque ni aprender en vista de recompensas extrínsecas al aprendizaje ni aprender a pasar exámenes favorece la maduración. Ni favorece tampoco el verdadero conocimiento, ni la verdadera comprensión de las cosas, que sería el conocimiento de la sabiduría. Esto requiere de algo más que nuestro pensamiento analítico discursivo e instrumental, que es la función especializada de uno de nuestros cerebros, que en nuestra historia reciente ha llegado a eclipsar a nuestro hemisferio intuitivo.
Iain McGilchrist, en su reciente tratado acerca de la relación entre los hemisferios cerebrales, sugiere que así como tenemos dos ojos que ven desde dos ángulos diferentes, dándonos así la posibilidad de ver en profundidad, tenemos dos cerebros que nos ofrecen maneras de ver complementarias, pues procesan la información de modo diferente para que podamos establecer una síntesis entre la voz de la sabiduría y aquella de la razón práctica, y propone que la voz de nuestro hemisferio derecho es la de nuestro maestro interior, en tanto que la voz de nuestro hemisferio izquierdo y verbal es la de una inteligencia menos profunda que ha usurpado el mando del maestro.

Podemos seguir pensando, entonces, que sigue teniendo razón Buda y Sócrates, y que una importante raíz del sufrimiento y de la destructividad en la vida humana es una especie de ceguera que no ve las cosas como son- y que esa ceguera es perfectamente compatible con el saber analítico, con la alfabetización y con la abundancia de la información: vivimos hoy en un mundo muy bien informado y que sabe muchas cosas, pero se trata de una ignorancia letrada en que no se ven las cosas obvias, o por lo menos no se actúa de manera sabia.

Hasta las cosas más científicas, entonces, a veces están sasgadas por una falta de visión.
En la obra "Ensayo sobre la ceguera", de Saramago, es una gran metáfora de como, cuando la gente no ve, se hace mucho daño. Parece que, colectivamente, hay cosas que no se ven; y el hecho de que se pueda justificar lógicamente lo que se hace en la ceguera, encubre y perpetúa la ignorancia.

En otras palabras, lo que se ve muy claro con el cerebro sagaz, encubre nuestra estupidéz, y es que hemos perdido el uso de nuestro cerebro sabio y creativo, que es como el cerebro maestro dentro de nosotros y que nuestra sagacidad de bárbaros tecnocráticos ha usurpado.

En síntesis, tenemos fenómenos mentales; pero es como si la consciencia no fuese un fenómeno mental más, sino la raíz de los fenómenos mentales, o un estado fundamental más allá del pensar, del sentir y del querer. Los pensamientos van y vienen, las emociones son impermanentes- como tanto insiste el budismo. Todo lo que pasa es efímero, pero aunque estemos siempre ante el espectáculo de un mundo fugaz, como los sueños o como la forma de las nubes, nuestra consciencia misma es algo que se pudiera comparar al espacio, que es solo un campo que todo lo contiene y carece de características propias.