Cuando
vivimos nuestra realidad cotidiana,
¿Con qué nos contactamos?
¿Con lo que nos rodea?
¿Cuál es esa realidad que configura nuestro entorno?
¿Con quién me relaciono?
Nuestra actividad mental es una característica de nuestra
existencia y sin ella estaríamos expuestos a muchísimas dificultades. La
capacidad de simbolización nos permitió crear nuestras culturas y la
comunicación con los seres humanos. Es maravilloso poder nombrar a las cosas y
de esa manera comunicar a las otras personas lo que queremos decir. El uso de
las palabras nos facilita el entendimiento y nos permite trasladarnos desde un
nivel de experiencia hasta un nivel de comunicación y de conceptualización.
Cuando mantenemos la conexión del mundo experiencial y el mundo simbólico,
nuestro lenguaje es rico, intenso y presente.
El problema comienza cuando nuestro lenguaje descriptivo
se transforma en sustitutivo y verdaderamente reemplaza a la experiencia.
Las palabras y los pensamientos comienzan a tener su
propio peso y se hacen más densos. Es decir, pasan a ser la realidad y nos
perdemos en el mundo de las ideas.
Relación entre
el mundo de los pensamientos y nuestras emociones
Cuando un organismo sano se contacta con su entorno,
produce reacciones emocionales y ajusta su conducta a la situación presente. Si
siente frío, se abriga; si siente dolor, se aleja y se protege, etc. Es decir,
la reacción emocional adecuada se apoya en la percepción y se expresa
adecuadamente en el ambiente, creando un vínculo con el entorno que satisfaga a
esa persona y tenga en cuenta al otro. El vínculo sano se establece entre dos
organismos que se captan sin interferencias, se respetan y se complementan. Veo
al que está enfrente de mí sin asociarlo ni confundirlo con otra persona. Por
lo tanto, mis afectos o mis rechazos guardan sintonía con el vínculo que
tenemos.
¿Qué sucede si
una persona enlaza su sentir al imaginario que está produciendo?
Si siente sobre la base de lo que imagina, genera una
pseudo realidad. Es decir, se cree como verdadero lo que está suponiendo y
reacciona emocional y conductualmente sobre la base de lo que imagina.
Si siente frío y se imagina que se va a enfermar, siente
miedo y se toma una aspirina; si percibe a una persona desconocida y la imagina
amenazante, se protege huyendo o agrediéndola previamente.
Entonces nuestro vínculo con la vida se hace irreal y
comenzamos a crearnos mundos propios llenos de autojustificaciones. Todos los
acontecimientos calzan en nuestros moldes y tenemos las explicaciones
pertinentes para cada situación.
Comenzamos a crear universos simbólicos, propios o
compartidos por otras personas, donde nuestros prejuicios y creencias
sustituyen la experiencia sencilla de la realidad. La conexión entre nuestras
reacciones emocionales y nuestros pensamientos pasa inadvertida y nuestras
emociones nos convencen de que estamos viviendo algo real. No advertimos que
estamos creando nuestra propia realidad y generando un mundo emocional propio.
¿Qué sucede
cuando nos damos cuenta de que esos pensamientos nos están creando lo que
sentimos?
Cuando los pensamientos que estamos produciendo nos generan
miedo o angustia, cambiamos de pensamientos y nos generamos calma o bienestar. De
todas maneras, el sustituir un pensamiento por otro es como pasar de una nube a
la de al lado.
Entonces llegamos a una máxima de nuestros días:
“Las emociones agradables provienen de los pensamientos
positivos y los sentimientos negativos son causados por los malos pensamientos”
Conclusión: aprendamos a tener pensamientos positivos y
se cumplirán nuestros deseos en la vida. Si el pensamiento es productor de
bienestar y malestar, controlemos nuestro mundo de ideas y la realidad será nuestro
reino conquistado.
¿Es que podemos
ser tan ingenuos? Absolutamente, si.
El control de la vida es nuestra máxima aspiración en
nuestro nivel de conciencia más elemental. Es el mundo de la soberbia y de la
omnipotencia. Un yo poderoso que controla la realidad o un yo débil que se deja
controlar. Es la trágica lucha por imponernos al mundo o ser devorados por el
mundo. Solo hay un ganador y el yo
quiere serlo.
El campo de batalla es el mundo de las ideas y los
pensamientos. Unos luchan contra otros. Todos los hechos, asociados a
imaginarios, nos producen reacciones emocionales y nos confirman de esa manera
que es verdad lo que estamos viviendo. Nos confundimos con la vivencia
emocional, pues creemos que proviene de un contacto genuino con nuestro
entorno, cuando en realidad es la consecuencia de una serie de pensamientos
entrelazados. Los imaginarios están tan asociados a nuestra interpretación de
la vida cotidiana que pasan desapercibidos. De esta manera contaminamos, sin
darnos cuenta, cualquier situación con supuestos, temores o idealizaciones.
Nuestra tragedia aumenta cuando el objeto de nuestra
atención somos nosotros mismos. Si empezamos a tener ideas acerca de nosotros,
nos interpretamos y nos concebimos mentalmente, la consecuencia es una película
acerca de nuestras vidas. Así empezamos a contarnos la historia que nos tiene
como protagonista de nuestra serie. A veces somos los mejores del mundo y nadie
podrá resolver las situaciones como nosotros. Somos imprescindibles. En otras
ocasiones, somos los culpables de todas las desgracias o los herederos de una
carga sin solución. Es decir, culminamos nuestra obra de arte inventándonos una
identidad y decimos: “yo soy…” y nos contamos una historia acerca de nosotros.
Y ahí empezamos otra vez, si la historia es maravillosa,
nos sentimos los reyes del universo y si la historia es desastrosa, nos
sentimos unos pordioseros. A veces, alternamos historias y nos confundimos aún
más.
Entonces, llegamos a las preguntas:
¿Quién soy? ¿Cuál es el mundo que me rodea? ¿Con quién me
estoy contactando?...
Aquí comienza una posibilidad de responderme, sin
historias que me retrotraigan otra vez al paradigma anterior. Esa oportunidad
es a través de la relación natural con el mundo. Este vínculo es sensorial,
emocional y vivencial. Es una relación completa en la que estamos presentes con
todo nuestro ser. Nos integramos en un ser completo que puede pensar sin
confundirse con sus imaginarios y sentir sobre la base de lo que percibe, de lo
que está sucediendo, de lo que experimenta aquí y ahora. Un vínculo en el cual
nuestra acción integre lo que pensamos y lo que sentimos, nuestros valores y la
responsabilidad de cada acción que decidimos hacer. Nos captamos como una
totalidad que existe en un entorno y formamos parte de ella.
El mundo ya no es un basurero de mis descargas y cada
situación que me toca vivir está dentro de mi destino sin interrumpirlo. Nada es
un obstáculo, si no que cada situación es una experiencia a ser integrada. Aprendemos
a conocernos de esta manera, a través de cada situación que nos toca atravesar.
Somos parte de esas situaciones y si podemos conectarnos con lo que está sucediendo,
poniendo entre paréntesis los imaginarios, sentiremos directamente en relación
con nuestro entorno. La deformación será mucho menor. No será totalmente pura
tampoco, pues nuestra cultura está filtrando los significados que damos. No podemos
tener un contacto totalmente aséptico pero podemos relacionarnos, dentro del
marco cultural, de una manera más sana y menos deformada por nuestras ilusiones.
Es un problema muy grande cuando “lo imaginario” sustituye a “lo
obvio” y lo es aún peor cuando no nos damos cuenta y lo transformamos en
una verdad absoluta.
Construimos universos imaginarios y los transformamos en
verdaderos.
Una distorsión muy común es la adjudicación de intencionalidades. Creemos saber las motivaciones
ocultas del otro y desde ese supuesto leemos su conducta. Por ejemplo: “el me
hace estos pedidos para agredirme y descalificarme”. Si el otro intenta
aclarar, “sabemos que nos está mintiendo” y confiamos más en nuestra hipótesis
que en la percepción. Incluso, podemos llegar a este absurdo:
Si la realidad
no encaja en nuestros moldes, la que está mal es la realidad.
¿Qué sucede cuando experimentamos reacciones emocionales?
No es lo mismo sentir en función de lo que está sucediendo que reaccionar en
función de lo que me imagino que está sucediendo. Por ejemplo, no me causa el
mismo sentimiento que “Pablo se toque la cara” a que “Pablo se está aguantando
la bronca que me tiene”. En el primer caso sentiré indiferencia y en el
segundo, tal vez sienta temor o bronca.
Sobre la base de este sentimiento, mis acciones serán muy
diferentes. Sisiento indiferencia, no haré nada y si siento temor, tal vez huya
de la escena o me defienda “antes de que me haga algo”. Es decir, construimos
cadenas de malos entendidos, a partir de un imaginario que sustituye a la
percepción, lo damos por cierto, sentimos en relación con el imaginario y
actuamos en consecuencia.
En nuestro próximo encuentro te propondré un ejercicio en
donde podrás identificar dentro de ti lo obvio y lo imaginario. Y un segundo
ejercicio que consistirá en diferenciar estas instancias y relacionarlas en una
cadena sensorio-motora que nos permita concientizar la forma de establecer el
contacto con el mundo (PISH).
¡Hasta la próxima!
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