jueves, 2 de julio de 2015

Dime qué percibes y te diré como existes

Cuando vivimos nuestra realidad cotidiana,
¿Con qué nos contactamos?
¿Con lo que nos rodea?
¿Cuál es esa realidad que configura nuestro entorno?
¿Con quién me relaciono?

Nuestra actividad mental es una característica de nuestra existencia y sin ella estaríamos expuestos a muchísimas dificultades. La capacidad de simbolización nos permitió crear nuestras culturas y la comunicación con los seres humanos. Es maravilloso poder nombrar a las cosas y de esa manera comunicar a las otras personas lo que queremos decir. El uso de las palabras nos facilita el entendimiento y nos permite trasladarnos desde un nivel de experiencia hasta un nivel de comunicación y de conceptualización. Cuando mantenemos la conexión del mundo experiencial y el mundo simbólico, nuestro lenguaje es rico, intenso y presente.
El problema comienza cuando nuestro lenguaje descriptivo se transforma en sustitutivo y verdaderamente reemplaza a la experiencia.
Las palabras y los pensamientos comienzan a tener su propio peso y se hacen más densos. Es decir, pasan a ser la realidad y nos perdemos en el mundo de las ideas.


Relación entre el mundo de los pensamientos y nuestras emociones

Cuando un organismo sano se contacta con su entorno, produce reacciones emocionales y ajusta su conducta a la situación presente. Si siente frío, se abriga; si siente dolor, se aleja y se protege, etc. Es decir, la reacción emocional adecuada se apoya en la percepción y se expresa adecuadamente en el ambiente, creando un vínculo con el entorno que satisfaga a esa persona y tenga en cuenta al otro. El vínculo sano se establece entre dos organismos que se captan sin interferencias, se respetan y se complementan. Veo al que está enfrente de mí sin asociarlo ni confundirlo con otra persona. Por lo tanto, mis afectos o mis rechazos guardan sintonía con el vínculo que tenemos.


¿Qué sucede si una persona enlaza su sentir al imaginario que está produciendo?

Si siente sobre la base de lo que imagina, genera una pseudo realidad. Es decir, se cree como verdadero lo que está suponiendo y reacciona emocional y conductualmente sobre la base de lo que imagina.
Si siente frío y se imagina que se va a enfermar, siente miedo y se toma una aspirina; si percibe a una persona desconocida y la imagina amenazante, se protege huyendo o agrediéndola previamente.
Entonces nuestro vínculo con la vida se hace irreal y comenzamos a crearnos mundos propios llenos de autojustificaciones. Todos los acontecimientos calzan en nuestros moldes y tenemos las explicaciones pertinentes para cada situación.
Comenzamos a crear universos simbólicos, propios o compartidos por otras personas, donde nuestros prejuicios y creencias sustituyen la experiencia sencilla de la realidad. La conexión entre nuestras reacciones emocionales y nuestros pensamientos pasa inadvertida y nuestras emociones nos convencen de que estamos viviendo algo real. No advertimos que estamos creando nuestra propia realidad y generando un mundo emocional propio.


¿Qué sucede cuando nos damos cuenta de que esos pensamientos nos están creando lo que sentimos?

Cuando los pensamientos que estamos produciendo nos generan miedo o angustia, cambiamos de pensamientos y nos generamos calma o bienestar. De todas maneras, el sustituir un pensamiento por otro es como pasar de una nube a la de al lado.
Entonces llegamos a una máxima de nuestros días:

“Las emociones agradables provienen de los pensamientos positivos y los sentimientos negativos son causados por los malos pensamientos”

Conclusión: aprendamos a tener pensamientos positivos y se cumplirán nuestros deseos en la vida. Si el pensamiento es productor de bienestar y malestar, controlemos nuestro mundo de ideas y la realidad será nuestro reino conquistado.


¿Es que podemos ser tan ingenuos? Absolutamente, si.

El control de la vida es nuestra máxima aspiración en nuestro nivel de conciencia más elemental. Es el mundo de la soberbia y de la omnipotencia. Un yo poderoso que controla la realidad o un yo débil que se deja controlar. Es la trágica lucha por imponernos al mundo o ser devorados por el mundo. Solo hay un ganador y el yo quiere serlo.
El campo de batalla es el mundo de las ideas y los pensamientos. Unos luchan contra otros. Todos los hechos, asociados a imaginarios, nos producen reacciones emocionales y nos confirman de esa manera que es verdad lo que estamos viviendo. Nos confundimos con la vivencia emocional, pues creemos que proviene de un contacto genuino con nuestro entorno, cuando en realidad es la consecuencia de una serie de pensamientos entrelazados. Los imaginarios están tan asociados a nuestra interpretación de la vida cotidiana que pasan desapercibidos. De esta manera contaminamos, sin darnos cuenta, cualquier situación con supuestos, temores o idealizaciones.
Nuestra tragedia aumenta cuando el objeto de nuestra atención somos nosotros mismos. Si empezamos a tener ideas acerca de nosotros, nos interpretamos y nos concebimos mentalmente, la consecuencia es una película acerca de nuestras vidas. Así empezamos a contarnos la historia que nos tiene como protagonista de nuestra serie. A veces somos los mejores del mundo y nadie podrá resolver las situaciones como nosotros. Somos imprescindibles. En otras ocasiones, somos los culpables de todas las desgracias o los herederos de una carga sin solución. Es decir, culminamos nuestra obra de arte inventándonos una identidad y decimos: “yo soy…” y nos contamos una historia acerca de nosotros.
Y ahí empezamos otra vez, si la historia es maravillosa, nos sentimos los reyes del universo y si la historia es desastrosa, nos sentimos unos pordioseros. A veces, alternamos historias y nos confundimos aún más.
Entonces, llegamos a las preguntas:

¿Quién soy? ¿Cuál es el mundo que me rodea? ¿Con quién me estoy contactando?...

Aquí comienza una posibilidad de responderme, sin historias que me retrotraigan otra vez al paradigma anterior. Esa oportunidad es a través de la relación natural con el mundo. Este vínculo es sensorial, emocional y vivencial. Es una relación completa en la que estamos presentes con todo nuestro ser. Nos integramos en un ser completo que puede pensar sin confundirse con sus imaginarios y sentir sobre la base de lo que percibe, de lo que está sucediendo, de lo que experimenta aquí y ahora. Un vínculo en el cual nuestra acción integre lo que pensamos y lo que sentimos, nuestros valores y la responsabilidad de cada acción que decidimos hacer. Nos captamos como una totalidad que existe en un entorno y formamos parte de ella.
El mundo ya no es un basurero de mis descargas y cada situación que me toca vivir está dentro de mi destino sin interrumpirlo. Nada es un obstáculo, si no que cada situación es una experiencia a ser integrada. Aprendemos a conocernos de esta manera, a través de cada situación que nos toca atravesar. Somos parte de esas situaciones y si podemos conectarnos con lo que está sucediendo, poniendo entre paréntesis los imaginarios, sentiremos directamente en relación con nuestro entorno. La deformación será mucho menor. No será totalmente pura tampoco, pues nuestra cultura está filtrando los significados que damos. No podemos tener un contacto totalmente aséptico pero podemos relacionarnos, dentro del marco cultural, de una manera más sana y menos deformada por nuestras ilusiones.
Es un problema muy grande cuando “lo imaginario” sustituye a “lo obvio” y lo es aún peor cuando no nos damos cuenta y lo transformamos en una verdad absoluta.
Construimos universos imaginarios y los transformamos en verdaderos.
Una distorsión muy común es la adjudicación de intencionalidades. Creemos saber las motivaciones ocultas del otro y desde ese supuesto leemos su conducta. Por ejemplo: “el me hace estos pedidos para agredirme y descalificarme”. Si el otro intenta aclarar, “sabemos que nos está mintiendo” y confiamos más en nuestra hipótesis que en la percepción. Incluso, podemos llegar a este absurdo:
Si la realidad no encaja en nuestros moldes, la que está mal es la realidad.

¿Qué sucede cuando experimentamos reacciones emocionales? No es lo mismo sentir en función de lo que está sucediendo que reaccionar en función de lo que me imagino que está sucediendo. Por ejemplo, no me causa el mismo sentimiento que “Pablo se toque la cara” a que “Pablo se está aguantando la bronca que me tiene”. En el primer caso sentiré indiferencia y en el segundo, tal vez sienta temor o bronca.
Sobre la base de este sentimiento, mis acciones serán muy diferentes. Sisiento indiferencia, no haré nada y si siento temor, tal vez huya de la escena o me defienda “antes de que me haga algo”. Es decir, construimos cadenas de malos entendidos, a partir de un imaginario que sustituye a la percepción, lo damos por cierto, sentimos en relación con el imaginario y actuamos en consecuencia.

En nuestro próximo encuentro te propondré un ejercicio en donde podrás identificar dentro de ti lo obvio y lo imaginario. Y un segundo ejercicio que consistirá en diferenciar estas instancias y relacionarlas en una cadena sensorio-motora que nos permita concientizar la forma de establecer el contacto con el mundo (PISH).

¡Hasta la próxima!












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